martes, 5 de febrero de 2019

Restaurante Faralá

Se nos plantea un difícil reto y no es otro que el de intentar expresar la experiencia gastronómica vivida en Restaurante Faralá.
Subrayo lo de difícil porque va a resultar complejo plasmar en las siguientes líneas la creatividad y originalidad de la cocina de Javier de Bordons. Prometedor y joven chef de este establecimiento aunque con una contrastada experiencia en las mejores cocinas de la capital nazarí.
Faralá está situado en la conocida y turística cuesta Gomérez, en el primer piso de la casa que se muestra en la fotografía. La planta baja está destinada a la representación de espectáculos flamencos.


Dicho esto, me gustaría incidir en qué no se trata del típico lugar orientado al turista con oferta de show flamenco y cena. No desmerezco en absoluto este tipo de locales, pero quiero dejar constancia de que no es el caso que nos ocupa.
Lugar estiloso, refinado, acogedor y con un ambiente flamenco como banda sonora del lugar que nos agradó bastante.




Fuimos acomodados en nuestra mesa y mientras observábamos la carta nos obsequiaron con una copa de champagne para amenizar la espera mientras nos decidíamos. Optamos por un menú degustación y dejamos que fuera el chef quien nos sorprendiera.
Aclarar que dicho menú consta de 6 platos, postre inclusive.
Para abrir boca, una pequeña degustación de aceite de oliva de variedad picual de Úbeda.


Antes de que nos sirvieran el primero de los platos, el camarero nos sorprendió con un delicado aperitivo. Crema de boletus con huevo a baja temperatura y aceite de trufa. Sabroso es la palabra que define a este plato. Para abrir boca me pareció un auténtico acierto y nos hizo vislumbrar que se nos venía una experiencia que sería difícil de olvidar.


Tras esto hizo su aparición el primero de la tarde: Berberechos, carne de erizo, caviar  y todo esto con un hilo conductor basado en jugo de chirimoya. Plato fresco, servido en frio en el que el jugo de la chirimoya jugó un papel extraordinario a la hora de integrar todos los elementos del plato. Verdaderamente bueno.


Acto seguido vino el carpaccio de tomate, con tierra de aceitunas, alcaparras y tapenade (crema típica siciliana de alcaparras, anchoas y aceite de oliva) y pulpa helada de tomate. Virtuosismo de texturas en un solo plato. Otra forma de comer un tomate. Nos pareció muy ameno y divertido.


Posteriormente llegó el primero de los platos calientes. Vieira y boletus confitados sobre una sopa de cebolla. Personalmente, fue el plato que menos me "enamoró". Creo que las texturas de ambos elementos eran muy similares y la sopa no hacía mas que camuflar el sabor que individualmente pudieran aportar ambos al plato.


El siguiente en llegar fue la caballa a medio cocinar acompañada de ajo blanco con gnocchis de estragón y miso. Me gustaría saber transmitir la complejidad este plato y lo bien ejecutado que estaba. Sencillamente impecable, la caballa estupenda, con un ligero toque de sal escamada que potenciaba el propio sabor de la misma. Cuando un producto es bueno y se trata de este modo, poco más hay que decir. El ajo blanco con los gnocchis fue un asombros popurrí de sabores.


Llegado a este punto, el chef había conseguido que nos emocionáramos con cada uno de los platos. Podría decirse que el objetivo lo había cumplido.
Llegó el momento del plato fuerte. Vaca de Sierra Nevada madurada 45 días y como acompañamiento un buñuelo relleno de pisto. Este plato se describe con la propia fotografía. Espléndido, delicado y gustoso.


Costó terminar este plato y es que nos encontrábamos saciados de apetito. Pero aún quedaba por llegar el colofón a este deleite. El postre. Mozárabe era su nombre y estaba compuesto por un crumble de curry, mango presentado en tres texturas: en helado, en gelatina y en el interior de un pequeño yogurt casero, además de caviar de mostaza. Yo, personalmente, no soy muy fan del dulce ni de los postres pero no se me caen los anillos en reconocer que es el mejor postre que me he comido nunca. Desconocía que se podía jugar de esa manera con los sabores descritos anteriormente y con las texturas y dar lugar a esa maravilla de plato. No me quedo corto si reconozco que el postre bien vale una visita al restaurante.


No he referido aún nada del servicio y es que estuvo a la altura, tanto de la cocina como del lugar. En todo momentos muy atentos y detallistas. Nos describieron cada plato que nos sirvieron y son parte importante del altísimo grado de satisfacción que nos provocó este viaje culinario.
Mis conclusiones:
Leí hace poco sobre la importancia de vincular emocionalmente al cliente con la comida en este tipo de restaurantes de cocina creativa. Y desde luego, Javier de Bordons y su equipo consiguieron dicho propósito. Su idea no es otra que la de transmitir el sabor auténtico de Granada y su provincia utilizando para ello las mas vanguardistas técnicas de cocina. Cada plato es una sorpresa y provocan en el consumidor ese efecto de asombro que se proponen.
Celebro, enormemente, que lleguen a la ciudad este tipo de restaurantes. Granada, por su historia, destaca por la diversidad. La diversidad de culturas que han vivido aquí, de religiones. Diversidad en sus paisajes, nieve, mar, montaña; Diversidad en sus productos y un largo etcétera, por lo que Granada merece ser conocida por algo más que por una ciudad de bares de tapas.
En una ciudad donde se puede comer y beber en cualquier bar por unos pocos euros, he de comentar que no nos supuso nada descabellado el precio final de la cuenta, algo menos de 140 € por dos personas con tres rondas de bebida.
Esta entrada es algo especial con respecto a la temática del blog pero me ha parecido una buena oportunidad de mostrar una oferta gastronómica diferente. Si bien es cierto que este tipo de cocina requiere de un mayor esfuerzo económico no es menos cierto que la experiencia bien merece la pena.
Auguramos un prometedor éxito a Faralá y deseamos volver tan pronto como sea posible.

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